La crisis en Venezuela es tan grave, que ni la clase alta se salva de las penurias que se viven en el país, algunos han pensado en irse, otros se mantienen unos meses fuera y regresan, otros sencillamente no quieren dejar sus negocios, no se quieren ir.
Es fin de semana, otra vez el sin vivir, ¡Que angustia chico!, ¿Para qué vas a salir? Aquí tienes de todo, dile a tus amigos que vengan y se la pasan bien en la piscina. ¡Pero mamá! Tenemos un mes haciendo lo mismo, si no es en la casa de uno, es en la casa del otro, queremos ir a la casa de la playa y salir en la lancha, de verdad pana, no te preocupes, total a las 6 de la tarde ya estaremos encerrados. Ok, pero me escribes en cuanto llegues, llévate todo lo que necesiten para que no tengan que parar en ningún sitio y por favor con cuatro ojos al volante.
Esta es la situación que viven las familias de la clase alta en Venezuela, la otra cara de la moneda, ante la crisis en «todos los aspectos», muchos padres tienen que aguantar el desagrado de ver salir a sus hijos con el temor a la inseguridad que reina en el país. Me contaba una amiga: «¿Qué voy a hacer? Es que no los puedo enjaular, son jóvenes y lamentablemente con todo y mi miedo quiero que disfruten».
Estos jóvenes son hijos de empresarios que aun mantienen con esmero la producción de sus compañías y que les permite subsistir pese al maltrecho mercado venezolano, la mayoría de ellos trabajan con sus padres. Lo que facturaban hace 20 años estos emprendedores, no es ni la cuarta parte de lo que facturan actualmente por el descalabro económico y social que se vive.
Estos empresarios han trabajado toda la vida consiguiendo la estabilidad financiera para su familia, muchos de ellos tienen acceso a dólares por cuentas en el exterior abiertas honestamente y fruto de sus esfuerzos. También pueden ser directores de empresas transnacionales, a los que les ingresan el salario en el país de procedencia de estas compañías.
Algunos cuentan con avionetas privadas por eso no hacen colas, salen del país cuando necesitan alimentos, medicinas y alguno que otro lujo que se pueden permitir. Toman whisky de 18 y 24 años, están acostumbrados y aun pueden permitirse comer en restaurantes de moda, aunque muchas veces no consigan complacerles con sus platos preferidos por falta de la materia prima.
«¡La situación que estamos viviendo es inaguantable! Vivimos, sí, pero lamento que la gente no se termine de dar cuenta del grave error de la revolución. Es horrible ver el país tan sucio, tan empobrecido, a tanta gente violenta. Hace poco secuestraron al hijo de un amigo, no te imaginas las horas de horror que vivimos, tuvimos que reunir entre todos 50.000 dólares para pagar el rescate, gracias a Dios no le hicieron nada, pero ese muchacho no quiere salir de la casa ¿Te parece justo?».
Estas historias son inquietantes pero mas aun cuando te dan la penosa noticia de que han asesinado a uno de estos jóvenes por quitarles el carro o el celular. Es estremecedor y doloroso ver a unos padres impotentes por la perdida de su hijo a manos del hampa y que quede impune.
«¡Esto se lo llevo quien lo trajo chica! Ahora todos tenemos que estar armados, tenemos carros blindados, y al que se te atraviesa en la calle o se te pone cerca de la ventana del carro hay que llevárselo por delante antes de que te mate a ti. Vivimos en una constante zozobra, tienes que andar con dos celulares uno que es el de ultima generación y otro viejito que es el para que crean. No puedes ir vestido con muchas marcas porque te echan el ojo y te desnudan en la calle. ¡Todo esto es aplastante!».
¡Aquí no se salva nadie, por donde lo agarres se te escapa de las manos, espero que el 1 de Septiembre explote la olla y se vayan los desgraciados del gobierno!.
Por supuesto que llego la hora, «el despertar de Venezuela», esta latente, el pueblo quiere libertad, justicia y paz, por el futuro de nuestros hijos.