Los venezolanos deportados de España alcanzan la decena por vuelo, sobre todo si vienen por Conviasa, un «vuelo caliente» que llega al Aeropuerto Madrid-Barajas dos o tres veces a la semana, según liquidez del gobierno venezolano.
Por Carleth Morales
No hay un perfil específico. Todos los venezolanos que arriban al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas son sospechosos de cometer un fraude migratorio, o lo que es lo mismo, de quedarse de manera irregular. Por eso, en la sala de inadmitidos se agolpan un promedio de diez por cada vuelo, sobre todo si arriban por Conviasa, considerado por las autoridades españolas como un «vuelo caliente», por los precios y las condiciones en las que son emitidos sus billetes desde Venezuela.
Abogados del turno de oficio que asisten a quienes llegan a la sala de inadmitidos del aeropuerto madrileño estiman en más de un millar los venezolanos que han sido devueltos en 2016 antes de entrar a España. Son aquellos que no tienen cómo responder a las tres preguntas que hacen los funcionarios de inmigración: «¿a qué vienes a España?, ¿qué sitios vas a visitar?, ¿conoces a alguien en España?».
«Vengo de turista» respondió María (nombre ficticio, para resguardar su identidad) aquella mañana de domingo cuando el policía de la taquilla le hizo la primera de las preguntas. Y no le creyó. Cumplía los cinco requisitos indispensables para entrar a España como turista. O casi todos: pasaporte válido, billete de ida y vuelta, reserva de hotel o carta de invitación, seguro de viaje o seguro médico y acreditación de recursos económicos. Y aquí estuvo su fallo, no tenía en efectivo los 65,52 euros por día que exige el gobierno español para hacer turismo. Tenía menos, y por eso la deportaron. A ella y a otros tres venezolanos de su mismo vuelo que tampoco cumplían con “los requisitos”. Los siete que pidieron asilo no ingresaron a la sala de inadmitidos. Pero para María, esa no era una opción. De verdad, ella sólo quería conocer España.
Su viaje era de 45 días, por lo que debía llevar consigo 2.948 euros. No valieron sus tarjetas de crédito, no valió su itinerario, no valió su discurso, porque a la entrada no pudo demostrar que contaba con recursos para mantenerse en España durante su viaje. Luego, ya no vale. “Los venezolanos últimamente llegan con historias muy raras, difíciles de comprobar, y España ya no aguanta más inmigrantes ilegales” me dijo el policía de la T1 cuando intenté hacer algo por María, la hermana de mi mejor amiga.
Firmar o no firmar, he ahí el dilema
“¿Viajas sola 45 días? Eso no se lo cree nadie. Espéreme allí sentada”. En el área internacional, ese pasillo ancho y largo que recorremos antes de que nos sellen el pasaporte, hay una hilera de sillas que esa mañana se fue llenando poco a poco. Además de María, había un veinteañero que visitaba a su padre, una familia con dos niños, una chica joven que se encontraría con su pareja, una madre que quería ver a su hijo… Todos fueron invitados a sentarse.
“Me quitaron el pasaporte. Cuando me tocó declarar, el policía me dijo: ‘te voy a hacer tres preguntas y si sospecho que mientes, no pasas’. La manera en que te hablan, te bloquea. Te pone nervioso, es un tono agresivo. Aunque no hayas hecho nada malo te sientes culpable”. Está claro que sus respuestas no convencieron a los funcionarios de inmigración. “No te creo nada, tu historia carece de consistencia, por mí no pasas” le dijo el policía, y con estas palabras retumbando en su cabeza pasó a la siguiente fase: una entrevista con un abogado de oficio.
A María le quitaron el teléfono y unas pastillas para la tiroides que llevaba en su cartera, le concedieron el derecho a realizar una llamada y le dieron unos números de teléfono para que su familia se pudiese comunicar con ella. Éste es el punto de no retorno.
“Me subieron a una oficina administrativa de la policía, donde una abogada me hizo contar uno a uno los billetes que traía, me leyó mis derechos y me dijo: no justificas los ingresos suficientes para tu estancia. No me dejó que le explicara que en Venezuela hay un control de cambio que nos impide adquirir divisas, que Conviasa abre la venta de sus vuelos un mes antes y que no siempre da tiempo a que un familiar te haga la carta de invitación, que las tarjetas de crédito hay que pagarlas cada día para que puedan funcionar, cuando funcionan, que no nos permiten pagar desde allá todas las noches de hotel porque el importe es muy alto y que por eso pagaría el resto a mi llegada, que mi familia me transferiría el dinero a mis tarjetas cada vez que lo necesitara…”. Es verdad, los venezolanos contamos últimamente historias muy raras. Ya no somos turistas. Nos hemos convertido en sempiternos sospechosos.
Le entregaron la notificación y le dijeron “firmes o no, estás notificada”. Era la resolución denegatoria de entrada. Se la dieron y le dijeron: “Se te ha denegado la entrada a territorio español, vuelves a Venezuela en el próximo vuelo. Tienes derecho a recurrir y España tiene un mes para responderte por correo electrónico. En caso de que ganes, te pagamos el pasaje y podrás entrar. Si no recurres, no pasa nada”.
Y María firmó, sólo quería volver a Venezuela. Su abogada no le dijo que al desistir de su derecho a recurrir, también perdía toda posibilidad de que alguien en España pudiese ayudarla a demostrar que contaba con recursos para mantenerse durante el viaje. Yo lo intenté, por simple humanidad no podía abandonarla, pero cuando hablé con la letrada, me respondió: “Ella firmó que no quiere recurrir, y ni tú ni nadie puede ir en contra de su voluntad”. Me conminó a que llamase a la Embajada de Venezuela y, en los días subsiguientes, se negó a hablar con María, a quien tampoco permitieron que hablara con otro abogado.
La sala de Babel
Las paredes de la sala de inadmitidos de la T1 son beige con azul, tiene unas cuarenta literas, dos por habitación, y un espacio común donde están tres teléfonos, unas sillas, un televisor y un mesón para comer. Cuando me interesé por las condiciones en las que María se encontraba, el policía me dijo: “les dan de comer y hasta pueden ver la televisión, no como en Estados Unidos, donde todos están hacinados en un cuartico”. No es la mejor respuesta, pero tranquiliza.
De allí entran y salen personas que de otra manera no coincidirían jamás. No importa la hora, todo depende de las circunstancias y la programación de los vuelos. En los cinco días que María permaneció allí, compartió con una veintena de venezolanos, con muchos colombianos y paraguayos, brasileños, dominicanos, argentinos y nicaragüenses.
“Te acabas enterando de sus historias. Al final, te das cuenta de que en nuestros países estamos muy mal y que subyace en muchas de ellas la intención de quedarse. Por eso pagamos justos por pecadores” me cuenta María, con la voz quebrada. Les recibe un trabajador social de una ONG, a quien le pagan por escuchar a quienes tienen la necesidad de hablar con alguien, porque hacer, no puede hacer mucho, más que ir a cambiarles billetes por monedas para que puedan llamar, porque el teléfono para comunicarse con sus familiares es de monedas y si no tienen monedas, están incomunicados.
“Esto es una lotería cuyo premio nadie quiere ganar, pero tú has salido sorteada, así que vamos a tratar de pasarlo bien mientras estés aquí” le dijo el chaval a María cuando la vio entrar, y le explicó que la próxima vez, si traía todos los requisitos, podría entrar, que no era vinculante. Le dice que se acomode donde pueda, que a las dos de la tarde le traen la comida, y a las nueve la cena.
“No te tratan mal, pero sientes que estás preso” cuenta María. A la mañana siguiente no pudo desayunar, tenía que tomarse su pastilla para la tiroides y, por protocolo, debía autorizarlo un facultativo. “Vienen dos policías, te montan en una patrulla, entran contigo a la consulta, reciben el informe médico que tú no puedes leer y luego te permiten tomarte la pastilla. Así cada día”.
María debía pasar allí 48 horas, las que se supone tarda en volar Conviasa la ruta inversa. Pero al llegar, algo llamó su atención: le entregaron su maleta, a pesar de que con anterioridad le habían advertido de que sólo se la daban a quienes pasarían allí más de 72 horas. “Con nosotros hicieron la excepción, fuimos los únicos a quienes les entregaron sus maletas”…
El colmo de la confusión
“Conviasa, el placer de volar” reza el slogan de la aerolínea venezolana, en cuya página web informa que la frecuencia de los vuelos Caracas-Madrid es lunes, miércoles y sábados, y la de Madrid-Caracas es martes, viernes y domingos. Lo que no dicen, en ninguna parte, es que la teoría no siempre coincide con la práctica.
El vuelo V0313 que debía salir de Madrid a Caracas a las 10:30 de la mañana de aquel martes fue cancelado, y nunca hubo una razón oficial. Por eso, María y los venezolanos que esperaban a ser deportados pasaron más de 72 horas en la sala de inadmitidos, algo completamente irregular, que vulnera todos los derechos. Las autoridades de inmigración lo sospechaban, no sería la primera vez, por eso les entregaron sus maletas.
Informaciones extraoficiales señalan que la deuda que Venezuela mantiene con el gobierno español es tan grande, que los vuelos de Conviasa no salen de España hasta que están complemente pagados. El colmo de la confusión, la que sufrió María cuando le informaron que habiendo cumplido el tiempo máximo de estancia en esa sala la llevarían a un centro de internamiento para inmigrantes, y la que sufrimos quienes impotentes queríamos ayudar, completamente atados de manos.
Los abogados de los venezolanos que sí recurrieron, trataron por todas las vías de demostrar que contaban con los requisitos para entrar al país, en un intento in extremis por impedir que fuesen trasladados. Pero el tiempo sentenció. A las 2 de la madrugada, dos policías los despertaron, les leyeron sus derechos nuevamente, les informaron que sus recursos habían sido desestimados, les dijeron que podían firmar o no, que daba igual, y que se alistaran para ser deportados.
Esa mañana, cuando llamé a María, sus “compañeros” de sala me dijeron que ya no estaba allí. La confusión que invade últimamente a los venezolanos, había imperado una vez más. Sin estar programado, el vuelo del martes despegó el jueves, con María, los otros tres venezolanos deportados y más de 500 pasajeros que llevaban dos días esperando a que saliera su vuelo. Y salió cuando AENA obtuvo la autorización para dejarlo volar.
“Yo sólo quería pasar unas vacaciones en España y viví los peores días de mi vida. Cuando uno entra en la sala de inadmitidos, el mundo se vuelve del revés, estamos en un limbo legal del que nadie te puede sacar y en una indefensión total si volamos con Conviasa. Los venezolanos estamos viviendo una tragedia difícil de explicarle al mundo. No me trataron mal, pero no se lo deseo a nadie”.
María me concedió esta entrevista horas después de regresar a su casa, cansada y triste. Y yo la escribo, para que los venezolanos que viajan a España sepan que la historia de María pasa a diario y que, si no cumplimos con los requisitos, estamos a merced del azar.