Trabajadores del área informal vuelcan su última esperanza a la tarjeta socialista para mermar los estragos del desabastecimiento.
El Carnet de la Patria también denominado como la tarjeta socialista, se ha convertido en la última esperanza de muchos en Venezuela que sueñan con dejar de hacer las largas colas en búsqueda de productos, no sólo para comer sino para poder trabajar.
Darwin es un joven de apenas 27 años de edad, estudió ingeniería electrónica, pero desde hace dos años quedó desempleado, a partir de aquel entonces se ha dedicado a vender café y cigarrillos en la entrada de un reconocido centro comercial de la Gran Caracas junto a su esposa, como única alternativa para mantener a su familia ante la grave crisis que afecta al país.
La historia de Darwin, es como la de muchos caraqueños. Su casa está cerro arriba, al salir de ella diariamente se despide de sus dos hijos y se encomienda a Dios para que las ventas del día sean suficientes y así poder recuperar la inversión de la jornada, y que el resto sirva para comprar algo en el abasto del barrio.
“Estamos sobreviviendo vendiendo café”
“A mí hace rato que no me salen contratos, tampoco alcanza mucho con el sueldo mínimo cuando trabajo en lo que me especialicé, pero de aquí estoy, de alguna manera hay que buscar la forma de poder comer…, uno se pudiera resolver con un Clap pero es difícil que llegue y ahora con lo de la tarjeta socialista vamos a ver qué pasa, porque hay gente que se las está viendo fea, ojalá que esa tarjeta socialista sea la solución al hambre”, manifiesta con impotencia Darwin.
A la voz de “Dame un café” transcurren los días, el costo es de apenas 200 bolívares para batallar contra la competencia de los otros vendedores informales, diariamente invierte 10 mil bolívares, y algunas veces, cuando el día es “malo”, alcanza a recuperar solo la inversión.
“Yo el café lo consigo con un señor que me lo vende en 4 mil el medio kilo, el azúcar si es un poco más cara, la consigo con los bachaqueros en 5 mil bolívares”
“Hago dos termos diarios que son como 100 vasos, a veces no se vende mucho, pero la felicidad es cuando se acaba todo porque ese día si comemos mejorcito, porque a veces no nos alcanza para la papa del día y lo que conseguimos se lo damos a los chamos para que coman ellos que lo necesitan más porque están pequeños”, revela Darwin.
A Darwin le brillan los ojos por ir a ejercer su carrera en otro país, llevarse a su esposa y sacar del cerro a sus hijos para ofrecerles una mejor educación, pero sobre todo alimentación. Sólo que hay un detalle que lo detiene: no tiene los medios para poder hacerlo.
“No tengo a nadie allá afuera ni el dinero, pero si tengo la oportunidad de irme no lo pienso dos veces y me voy”, dice Darwin con entusiasmo.
El día finalizó. Tal vez el termo se vació o quedó a la mitad y Darwin bajó la santamaria de su oficina al aire libre que no es más que una jardinera, y regresó a su hogar a seguir sobreviviendo en Venezuela.