Ante la escasez y el alto costo de los alimentos, las amas de casa se las ingenian para evitar que sus familias pasen trabajo porque el hambre en Venezuela genera estragos.
«Siempre pensé que eran desecho, hasta que me tocó comprarlas», comenta una mujer de aproximadamente 40 años de edad a quien abordamos mientras compraba un kilo de patas de pollo en el mercado municipal de Puerto La Cruz. «El hambre en Venezuela nos ha puesto creativas para evitar que nuestros hijos pasen hambre», expresa con simpatía.
Refiere que desde que se disparó el precio de la carne y el pollo, la proteína que ofrece a su familia deriva de huesos rojos, patas de pollo y sardinas, porque su ingreso no da para más.
«Sé que las patas de pollo suben las plaquetas porque a mi hijo menor le dio dengue y eso fue lo que le mandaron y se curó, además de las sopa de hueso rojo y en el caso de las sardinas, son muy nutritivas y sanas además de baratas», expone la mujer quien dijo llamarse Maira López.
A su juicio la crisis que vive el país la ha obligado a rendir los churupos. «Yo soy padre y madre de tres hijos y la situación es muy dura, por eso trato de rendir al máximo el dinero comprando lo necesario pero que los nutra».
Confiesa haber gastado la mitad del bono de alimentación (9 mil 300 bolívares en un kilo de patas de pollo (1 mil 200 bolívares), dos kilos de hueso rojo (800 bolívares) 3 kilos de sardinas frescas ( 900 bolívares) 1 cartón de huevos (3 mil bolívares) y 1 kilo de queso blanco (4 mil 500 bolívares).
«Eso me alcanza hasta para dos semanas haciendo dos comidas diarias, que casi siempre son almuerzos y cenas porque en la mañana salimos a estudiar unos y a trabajar otros», detalla tras acotar que no permite que sus hijos se acuesten sin comer algo. «Aunque sea un caldo les doy» asevera para aclarar que los otros nueve mil 200 bolívares del ticket de alimentación lo destina a la compra de verduras y vegetales, recalcando que ha aprendido a prescindir de las harinas y la pasta porque no se consiguen.
El hambre en Venezuela no da tregua
Gregoria Rodríguez es comerciante informal y según afirma, los precios de la carne y el pollo son prohibitivos para ella y su familia. «Somos 8 personas, mis 6 hijos, mi esposo y yo, desde hace mucho comemos carne solo en ocasiones especiales, de resto me las ingenio con sardinas, asadura (visceras de res) y salsas con vegetales, porque la masa no está pa’ bollo».
La ama de casa afirma que no cuenta con un ingreso fijo, porque éste depende de las ventas. «hay días en los que ingresan 2 mil ó 3 mil bolívares, pero hay otros en los que regresamos a la casa con 800 y ya sabemos que eso alcanza ni para comprar una docena de huevos».
Criticó el desface existente entre la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) y la realidad, pues a su juicio, los precios establecidos para la carne de res y el pollo lo que dan es risa,
«De dónde sacan ellos que el pollo cuesta 850,37 bolívares, si el precio actual va de 1 mil 800 bolívares a 2 mil 200 bolívares por kilo y los de la carne de 4 mil 100 bolívares a 4 mil 400 bolívares el kilo y eso hablando de mercados populares porque en carnicerías cuesta hasta 5 mil 500 y 6 mil bolívares un kilo de carne», afirma dejando sentado que el hambre en Venezuela es una amenaza. «Terminaremos todos enfermos o habrá rebelión por hambre», sentenció.