Hoy en una de las tantas colas que tuve que hacer, como ya es rutinario, me encontré con una señora mayor muy peculiar que estaba delante de mí en la larga fila con su perro.
Movía su cabeza de un lado a otro como negando algo, luego soltaba un suspiro entrecortado, yo solo podía ver su espalda y su cabeza de cabellos blancos, pero me pareció que algo le pasaba. En un momento la señora giro su cabeza hacia un lado viendo como se movía la cola de la calle de enfrente, cuando asome a ver sus cachetes rojas y sus ojos llenos de lagrimas.
Estaba llorando lo hacia disimuladamente para que no la vieran, pero al estar yo detrás de ella no pude evitarlo. Le pregunté si necesitaba ayuda o si se sentía mal, ella me respondió que ambas cosas, pero que no era la única, que éramos todos los que estábamos allí.
Me dijo que era italiana que vive en Venezuela desde hace 48 años, que en su largo andar en este país, nunca había padecido tal humillación, la de tener que soportar horas en colas por alimentos, el que marcaran a uno como una res o que para todo sea presentando la cédula de identidad. Me contó que a su esposo lo mataron en la finca que tenían en los llanos, cuando se metieron unos vándalos y les quitaron sus tierras y animales y nadie hizo nada. Sus hijos han tenido que emigrar porque con la pensión de ella no podían mantenerse todos, sobre todo por la inflación que existe en el país.
Lloraba, porque quería llevarle leche a unos niños abandonados que viven en una casa hogar para la que colabora, pero como ya se ha hecho costumbre no consiguió. Me afirmó que sus hijos fueron muy bien alimentados, que dejó Italia buscando una vida mejor y aquí la había conseguido, pero todo se esfumo. Me preguntó la edad, yo le dije que tenía 23 años, ella me miró con ternura y agarró mi mano, me aseguró que la vida que he tenido, que todo lo que está pasando en Venezuela no es normal, que no me resigne, que hay que luchar.
De verdad, que me llenó de ánimo, me dio fuerzas. Esa señora mayor, que ni siquiera nació en Venezuela y sufre por ella me demostró que podemos hacer que la historia cambie, que somos los jóvenes los que no tenemos que resignarnos y tenemos que lograr que se nos oiga la voz porque queremos un cambio.
Ahora mas que nunca no me resigno porque Venezuela nos necesita.
María de Jesús.