Venezuela se hunde en una pavorosa crisis económica a la que el gobierno no opone resistencia alguna. No hay respuestas. En todas partes se oye el quejido del ¡hasta cuándo!
El hombre de la calle clama por salir de esto como sea. Esa reacción ubicua del malestar nacional es el combustible que lleva a distintos referentes políticos a discutir el cese de este gobierno.
Unos plantean la renuncia de Maduro. Le piden que dé la cara y acepte que carece de planteamientos y herramientas para enfrentar la crisis que nos consume.
Es un reclamo genuino pero cándido. Parte de la premisa según la cual quien hace hoy de Presidente tiene sensibilidad ante el descalabro de la economía y el sacrificio al que es sometida la familia venezolana, además de conciencia de su precario aporte a la solución de esos problemas.
Maduro niega esta posibilidad. Renunciar, según sus códigos autoritarios, estaría muy lejos de ser un acto desprendido en aras de la recuperación del país. Lo ve como una debilidad. Lo entiende como la pérdida del poder que hoy posibilita millonarios contratos y el mantenimiento de decenas de miles de activistas quienes están en las nóminas de organismos públicos pero que no prestan servicio alguno a esas instituciones sino que hacen proselitismo para el PSUV.
La tesis de la renuncia lleva consigo preñar el ambiente de la disconformidad que se siente en pueblos, barrios y caseríos. Por lo que reclamos callejeros, manifestaciones en plazas públicas, tomas de semáforos y de mercados populares para vocear la solicitud de renuncia es el procedimiento ordinario de esta opción.
Al final, la renuncia no depende de los solicitantes, por millones que sean, sino del aludido, que en este caso es un dirigente autoritario, para nada apegado al estado de derecho y que proclama que los reclamos formulados ante su gobierno parten todos de un proyecto conspirativo. Son parte del sabotaje a su gestión.
Aunque no faltarán analistas que resalten y alaben el coraje de quienes reclaman a Maduro, cada vez con voces más recias, que debe salir de Miraflores, la verdad es que la renuncia es la menos probable de las acciones exitosas.
Por otra parte, políticos y académicos han propuesto el recorte del período presidencial de Maduro a través de una enmienda que modificaría la duración del período presidencial.
Este planteamiento, que luce expedito, se topará con un Tribunal Supremo de Justicia que sentenciará, sin titubear, que la ley no tiene efecto retroactivo y, en consecuencia, la iniciativa de la Asamblea valdría para los períodos presidenciales por venir pero no para el que Maduro ejerce ya que fue electo para seis años.
Otros auspician una tercera salida, la del referendo revocatorio. Y la asumen con cierta inseguridad debido a dos elementos: primero, algunos factores políticos no están dispuestos a exponer a millones de ciudadanos cuyas firmas serían indispensables para activar el referendo, pero que serían despedidos de sus trabajos, perderían becas y otros beneficios que emanan de contratos colectivos y/o del gobierno nacional y/o de los gobiernos regionales.
Y, segundo, porque además de tener que sortear obstáculos puestos por el gobierno en el proceso de recolección de firmas del 20 % de los electores inscritos y en la votación que debe superar la cantidad de votos obtenida en su momento por el revocable, al ser revocado Maduro quedaría de Presidente el vicepresidente Aristóbulo Istúriz, quien influiría en la organización de las elecciones para designar el sucesor del presidente revocado.
Ninguna opción es un mandado hecho por lo que la discusión entre partidos políticos y factores democráticos que buscan una salida pacífica, constitucional y electoral, es un debate complicado.
A todas estas, Venezuela se hunde en una pavorosa crisis económica a la que el gobierno no opone resistencia alguna. No hay respuestas. El gobierno está paralizado y no sabe qué hacer.
No hay medicinas. Diabéticos, asmáticos, hipertensos y enfermos de cáncer y otras graves dolencias, ven su salud empeorar y la muerte acercarse sin tener cómo enfrentar ese drama. Es un país a la intemperie.
No hay comida. Los mercados destartalados. Nada se produce en el país y no hay dólares para importar el déficit.
Cada día se descubren espantosos casos de corrupción y priva la impunidad. La violencia se ha adueñado de las calles y no hay gobierno que la enfrente.
El descontento popular crece a ritmo acelerado, mucho más rápido que la velocidad de factores de oposición para decidir el método para poner fin al gobierno de Maduro. Esa rabia acumulada y desesperación incontrolable no va a esperar por las lentas discusiones a las que someten los factores democráticos las tesis de la renuncia, de la enmienda para reducir el período presidencial, o del referendo revocatorio como opciones políticas en esta hora de dificultades.
Los acontecimientos parecen arrollar el debate.
Si el gobierno hubiese tomado alguna medida, o la tomare en lo inmediato, la situación podría contenerse. Pero Maduro está como paralizado, como lelo.
No abre la frontera con Colombia para que fluyan productos de los que aquí urgimos; no informa de diligencia alguna para obtener financiamientos internacionales que auxilien a paliar ciertas situaciones; no hace nada para reducir el déficit fiscal por la vía de acabar con gastos de armamentos, donaciones a otros países y abultados gastos superfluos que signan el presupuesto fiscal aprobado para 2016.
No plantea acuerdo político alguno con opositores y con fuerzas vivas del país. Lo único en su agenda es la hegemonía del chavismo.
Nada hace Maduro para que las líneas de crédito que perdieron los venezolanos que importaban medicamentos, alimentos, insumos para la producción agropecuaria y repuestos para automóviles, se recuperen. Como si nada de eso le importara.
De ninguna diligencia para cobrar gruesas deudas a países de Petrocaribe conocemos. Luz para afuera y oscuridad para adentro.
Dada tan evidente indolencia, me temo que la discusión sobre la mejor vía para salir del inepto gobierno no servirá de mucho ante la acumulación del descontento. La crisis pareciera ser la vencedora y el futuro inmediato más oscuro e incierto que nunca.