Venezuela inaugura el siglo XXI como un país de emigrantes, quebrando una tradición que se había prolongado durante casi dos siglos. Desde su fundación como República había sido un país de inmigrantes. En 1831, el Presidente de Venezuela promulga el primer decreto con el objeto de estimular la inmigración canaria. En 1837, Carlos Soublette decreta la ley de inmigración. En ese periodo se designa a Agustín Codazzi como responsable de propiciar la inmigración europea y en 1840 se funda la Colonia Tovar, asentamiento de la comunidad alemana en una zona próxima a la capital. En la segunda década del siglo pasado Alberto Adriani, hijo de inmigrantes italianos y quien fuera Ministro de Hacienda, resaltaba la necesidad de promover la inmigración.
Bajo el gobierno de López Contreras se crea, en 1938, el Instituto Técnico de Inmigración y Colonización y durante el periodo postsegunda guerra mundial se instaura el Comité Internacional de Refugiados. Luego de finalizada la guerra y hasta principios del periodo democrático, se calcula que Venezuela recibió cerca de un millón de ciudadanos de todo el mundo y en particular de aquellos países que padecieron la guerra y sus nefastas consecuencias.
El censo de 1960 muestra que cerca del 15% de la población era inmigrante. Inmigrantes de origen español, italiano, portugués, libanés, sirio, judío y palestino. En las décadas posteriores se suma la inmigración que proviene de Colombia, Perú, Chile, Argentina, Cuba y Ecuador. Llegaban de mil maneras y por muy diversas razones: huían de las dictaduras en Cuba, Argentina, Chil y Uruguay; de las bandas armadas en Colombia y Perú, de las crisis económicas y políticas y todos fueron bien recibidos, como siempre lo había hecho el país con los inmigrantes a lo largo de su historia.
Las sucesivas oleadas de inmigrantes han enriquecido al país, fortalecido la pluralidad y la diversidad, sin la cual resulta impensable la noción de democracia y el concepto de libertad. La Venezuela plural siempre abrió sus brazos al inmigrante. No hacía distingos de raza o color. Como toda inmigración se benefició de los logros que el esfuerzo individual y social que había logrado Venezuela e hizo una contribución decidida al desarrollo del país. Una enriquecedora mezcla, propia de todo proceso migratorio, que creó un verdadero crisol de posibilidades en todos los ámbitos.
Esta realidad, que se prolongó por casi dos siglos, se ve interrumpida en pleno siglo XXI y en el contexto del mayor volumen de ingresos que ha percibido el país a lo largo de toda su historia: cuadruplica el que fuera percibido durante los 40 años de democracia. Venezuela se convierte en un país de emigrantes. Tal proceso se ha producido como resultado del nefasto modelo que se ha intentado imponer al país que solo es capaz, como lo demuestra la historia, de producir efectos devastadores.
El fracaso ha sido monumental, rotundo. Se manifiesta en la escasez de todo: productos básicos, medicinas, repuestos, insumos, en la inflación más elevada del mundo, acompañada de una severa merma de las reservas internacionales, una deuda que se ha multiplicado por seis y la destrucción del tejido industrial y empresarial. Este cuadro atroz se complementa con el de la inseguridad jurídica y personal que desconoce uno de los derechos humanos fundamentales, el de la propiedad: sobre la vida misma y las posesiones que el ciudadano haya adquirido a lo largo de su vida.
Frente a estas realidades, el régimen ha optado por el silencio y persiste en el daño con un plan que califica de emergencia y que nosotros denominamos de la Demencia. También guarda un silencio sepulcral frente al hecho migratorio, al que intenta desconocer.
Lo realmente democrático habría sido elaborar, con los datos que posee, información acerca del fenómeno. Refiriéndose a este aspecto, afirma Jean-Paul Fitousse que “Uno de los mayores bienes públicos de la democracia es poseer un buen sistema de estadísticas públicas, confiables y que (además) la gente crea en ellas”.
En lugar de brindar la información que la democracia exige, desarrollan una práctica de permanente ocultamiento.
Carecemos de información sobre la inflación, que el Banco Central de Venezuela está en la obligación de producir periódicamente. No solamente no la producen sino que, cuando lo hacen, incrementan la suspicacia y la desconfianza. El nuevo parlamento, que emerge de las últimas elecciones, ha exigido la comparecencia de las autoridades del gobierno que se resisten y niegan a hacerlo, cuando por ley están en la obligación de suministrar información sobre cómo han utilizado los recursos propiedad de todos los venezolanos. La negativa a comparecer refleja el desprecio por los ciudadanos y sus representantes y revela que no se sienten en la obligación de cumplir con la ley, pues se consideran dueños de los recursos que tan solo le corresponde administrar.
El silencio con el que se ha intentado ocultar el fenómeno es indignante. Por ello nos hemos empeñado en recuperar su voz, sus percepciones, sus motivaciones y narrativas. Quienes intentamos comprenderlo y analizarlo debemos recurrir a muchas fuentes: universidades, gremios, institutos de estadísticas de otros países, organizaciones multilaterales, etc., y a los propios emigrantes. No cabe duda de que el gobierno posee los datos que utiliza para negar el derecho de estudiantes y jubilados a comprar las divisas para poder hacer frente a sus gastos. Por ello sostenemos que la desinformación es deliberada y consciente y, por tanto, más preocupante e indignante.
Si este silencio aturde e indigna, las declaraciones de sus voceros son lacerantes y muestran en toda su magnitud y desnudez el ADN totalitario del régimen. Algunos de ellos lo han expresado sin ambages cuando dicen que quien disienta del régimen que se largue del país. En esta afirmación encontramos, en primer lugar, la creencia de que el país les pertenece por razones ideológicas. En segundo lugar, expresan claramente su indisposición a aceptar el disenso, con lo que exhiben su ADN totalitario. Con esta afirmación desaparece la pluralidad y la confrontación de ideas y se instala una visión cuartelaria de la interacción social: mando y obediencia ciega.
Una de las primeras declaraciones con respecto al asunto de la emigración la hizo quien fuera vicepresidente del país, José Vicente Rangel. Afirma que quienes se han ido van a sufrir, a recibir maltratos y a desempeñarse en trabajos sumergidos y mal pagados. Poco menos que masoquistas o taradillos cuyo número, por otra parte, no ha dejado de aumentar. Con esta declaración se descalifica por partida doble a quienes se van y a quienes se quedan. Quienes se quedan no conocen la escasez, la inseguridad, la inflación, el deterioro de la capacidad adquisitiva del salario, pues de acuerdo al vocero oficialista esas son las condiciones en las que se encuentra el país: en paz, próspero, seguro, que garantiza a los ciudadanos la posibilidad de desarrollo; en pocas palabras, el paraíso mismo.
Otro vicepresidente del país, el Sr. Arreaza, sostenía, nada más y nada menos que en la cumbre iberoamericana de presidentes, que esta tal emigración no existía, que lo que realmente había ocurrido era un robo de cerebros por parte de la naciones más desarrolladas y por allí la crítica al imperialismo galáctico. Reconocía que los venezolanos se han marchado y no precisamente para sufrir, como decía el anterior. Lo hacen, eso sí, en contra de su voluntad. Se los impuso la oligarquía internacional y por ello están secuestrados por los países más desarrollados. Sin embargo, se priva de anunciar una estrategia de rescate de estos rehenes.
Otra manifestación de desprecio la encontramos en un reciente reportaje dedicado al tema.Las expresiones xenófobas nada tienen que envidiarle a las que ha expresado Donald Trump.
Afloran con absoluta nitidez el patrioterismo, el aldeanismo y el nacionalismo fundado en la raza y el color de la piel y los ojos, lo que recoge de otra manera el ADN totalitario al que hemos aludido.
El reportaje se hace desde un canal “gobiernizado” y no desde un canal del Estado. En este último tendrían cabida todos, mientras que en el primero el espacio está reservado solo para los acólitos incondicionales y acríticos. Es decir, el uso de los recursos de todos los venezolanos con fines privados. El reportaje hace una entrevista a una persona que se presenta como psicólogo, que trata el conocimiento como las uvas en lagar. Afirma, sin más, que “cree” que el 60% de los que se van a otras naciones son de origen extranjero, sin dato alguno que respalde el exabrupto y con el atrevimiento de hablar de porcentajes. También pudo haber dicho 90% o 30%, que más da, y ella tan pancha. Con los “yo creo” resulta imposible entablar un diálogo. La osadía en este caso carece de límites.
La afirmación la hizo sin ruborizarse. Ni siquiera se molestó en brindarle sustento a su afirmación. Podría haber recurrido al hecho incuestionable de que Venezuela ha experimentado, desde su fundación, oleadas sucesivas de inmigración, lo que hace que muchos venezolanos tengan antepasados remotos o recientes que han nacido en cualquier país latinoamericano o europeo. No existe espacio geográfico en el país, por diminuto y recóndito que este sea, en el que no resulte posible encontrar un apellido venido de cualquier parte del globo.
Añade la entrevistada, en una clara manifestación de menosprecio al inmigrante y a los ciudadanos venezolanos, que los inmigrantes no han sido capaces de integrarse al país y por ello los familiares deciden regresar a sus orígenes. Es una declaración que ni Donald Trump estaría dispuesto a aceptar. No se trata de una afirmación aislada, forma parte de guión que el régimen ha pretendido instalar en el país: crear problemas raciales. Hasta llegaron a utilizar a un norteamericano que cobró cara su precaria actuación. En el reportaje se afirma que la mayoría de quienes se han ido son blancos y rubios, de origen extranjero y que nunca estuvieron verdaderamente conectados con el país. Olvida un pequeño dato: la voluminosa corriente migratoria latinoamericana, cuyos rasgos no son precisamente los que allí describe y, por tanto, no calzan con el estereotipo que han escogido para denigrar del emigrante.
Más adelante agrega que “ellos” (quienes se han ido) viven una tragedia. Esos jóvenes descendientes de extranjeros que no se identificaron plenamente con el país, cuando regresan al de sus antepasados tampoco se sienten parte de él. Coincide con la declaración del primero de los exvicepresidentes citados, de que quienes se van lo hacen para sufrir. Agrega: “Esa juventud que se quiere ir es una juventud que responde al proyecto de pequeñas naciones, de no saber quién es uno. Los que no pueden ver a Venezuela sino en su fase de inseguridad, y supuestamente destrucción de aparato productivo, son los que no creen en una patria grande”. Si miramos los datos, la psicólogo en cuestión tiene un grave problema de visión. Vale la pena recordar algunos indicadores que dan cuenta de la dramática realidad que se vive en Venezuela: la declaración de crisis humanitaria frente a la escasez de medicinas, el suministro inadecuado y de baja calidad de agua, salud, educación, electricidad y las reservas internacionales en mínimos históricos, desaparición del 50% del parque industrial y del 15% del tejido empresarial y 5.5 de cada 10 venezolanos está entre la informalidad y el desempleo.
Habla de la patria grande cuando todos los datos hablan del monumental deterioro que sufren a diario los venezolanos que deben invertir su tiempo productivo en largas colas, cuyo destino casi inexorable es NO HAY. No sólo quienes se han ido manifiestan su disconformidad con el sistema de las penurias, también los cerca de 8 millones de venezolanos que votaron en contra de un sistema político violento, inepto e ineficiente.
El reportaje omite de un modo deliberado, tampoco habría pasado la censura de haberlo realizado profesionalmente, las razones por las que un número creciente de venezolanos adopta la decisión de marcharse del país. No menciona los 56.000 homicidios de los últimos dos años, ni los más de 200 mil desde que se instaló este régimen (cifras espeluznantes similares a las que ha ocasionado la guerra en siria) que nos han valido el nada honroso reconocimiento como el país que ocupa el primer lugar de violencia en el mundo. Omite, además, la dramática situación de escasez que viven los ciudadanos, a la que se suma la imposibilidad de adquirir lo poco que hay debido a que, también en el terreno inflacionario, ocupamos el primer lugar en el globo.
Los argumentos e imágenes del reportaje muestran una visión aldeana de la identidad nacional. Optan por el aldeanismo fundado en el terruño y en el origen en un momento en el que, en el mundo, avanza de un modo acelerado el proceso de globalización y crece la movilidad. El aldeanismo y el diferencialismo se oponen claramente al pluralismo, fundamento de la democracia y la libertad.
Este patrioterismo, de carácter patológico como lo definen algunos, se arroga el derecho de definir a la nación sobre la base de la lengua, la ideología, el terruño o la raza. Por ello se refieren a quienes se han ido como blancos de ojos claros (afirmación que carece de sustento alguno). En esta noción de patria es posible rastrear el origen del nacionalsocialismo.
Pretender crear un rostro homogéneo (como el esfuerzo por inventarse una imagen de Bolívar en contra de las opiniones expresadas por el propio Bolívar), un rostro libres de fisuras, un rostro monolítico, es la negación de las diferencias y la diversidad. Esta pretensión de homogeneidad espanta, pues sienta las bases para la exclusión.
Esta noción de identidad niega el principio de interacción humana y es el germen del totalitarismo. Tal y como afirma Savater, es una ideología deudora de la biología y no del pacto y de la interacción social.
La identidad como un hecho estático y basada en ciertos atributos difusos, se contrapone a la identidad como hecho dinámico en constante proceso de enriquecimiento, esa que nos permite incorporar el baseball, la música, las lenguas, el conocimiento y la tecnología. En fin, el conocimiento que desconoce fronteras. Un artículo de Caludio Nazoa recoge de un modo dramático las consecuencias de esta mirada miope del mundo: el momento en el que lo expulsan del partido comunista porque le gustaban los beattles.
Las aseveraciones hechas en el citado reportaje revelan un profundo desconocimiento de la historia y del papel de los inmigrantes. Estamos en presencia de una ciudadanía cada día más plural, más global, más cosmopolita y con más ciberciudadanos, por lo que esa postura aldeana se cura con muchas lecturas y mucha cultura.
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