Debajo del puente hay un barrio que siempre ha sido señalado como zona roja, pero hay un hombre que construye historias, hay un hombre que pelea con el delito sin arrojarle ni una piedra.
Su tarea es pelear contra el delito, pero sin saberlo. Francisco Solares mejor conocido como “El Puentecito”, comenzó su obra social hace 29 años a la orilla de la quebrada La Bermeja, debajo de El Puente el Viaducto de San Cristóbal en el barrio 8 de Diciembre, una de las zonas más deprimidas socialmente de la capital del Táchira. Allí haciendo teatro le arrebataba los niños al delito.
Comenzó su obra social en 1987 a la orilla de la quebrada La Bermeja, en un barrio que se erigió debajo de un puente de San Cristóbal, por los años 60. Cuando no había inseguridad importante en la capital tachirense el sector era considerado el más rojo de la región, donde se educaban los más famosos delincuentes que se conocían. La venta de drogas siempre tuvo ahí su mejor comercio y otro tipo de acciones al margen de la ley.
“Así nos decían, que el 8 de Diciembre era el barrio más peligroso de la ciudad, pero fue porque se hicieron famosos ‘Cabeza de Hacha’, que era como Robín Hood, decían que robaba para darle a la pobres de debajo del puente. Ahora todo es peligroso”, cuenta Francisco Solares.
Construyen un puente…
Trabajando en la Dirección de Cultura por los años 60, la gente del barrio le pide a Francisco Solares que les ayude a llevar un grupo para celebrar el aniversario del sector, pero ningún grupo se anotó a ir. Para no quedar mal con la gente, a él se le ocurre invitar a cinco niños que jugaban en un callejón a montar una obra de teatro: “En la noche los niños llegaron a mi casa y ensayamos; al otro día aparecen unos cinco niños más y pasadas las semanas ya el grupo era como de 50 muchachos. Teníamos que ensayar afuera porque no cabíamos en la casa, así que lo hacíamos junto a la quebrada. Al finalizar el ensayo les daba de comer o algunas golosinas para que se animaran”.
Algunos de los actores del nuevo grupo no tenían donde vivir y vagaban por la calle. Francisco les dio posada y comida. Llegó a tener en su modesta vivienda más de 15 niños que buscaban casa y una familia.
“Me hice cargo y comencé a ponerlos a estudiar. Abandoné un poco mi trabajo por atenderlos, lo que me obligó a vender la miniteca que tenía y comprar un pequeño autobús para movilizarlos hasta los lugares donde hacíamos actuaciones”.
Al grupo de teatro lo bautizó como El Puentecito, por recomendación de una periodista que lo atendió en la época cuando promocionaba una obra de teatro.
Cada muchacho avivaba su pasado de andanzas infantiles en la calle, sin refugio y con muchas necesidades. Llegó el momento que él tampoco tenía para darles de comer a los niños, “y con todo el dolor los entregue”.
“Mis muchachos conocen la playa”
No desmayó. Hoy el grupo “El Puentecito” tiene un autobús que le donó el Gobierno nacional para realizar las giras teatrales y para llevar de vacaciones a los niños a la playa: “todos mis muchachos conocen la playa cuando yo los llevo. Sólo por ver sus ojos alegres y emocionados cuando ven el mar vale la pena seguir trabajando”.
También el sicariato
La realidad social del barrio 8 de Diciembre donde sigue viviendo Francisco Puentes y funciona su teatro, El Puentecito, se agudizó. Él a pesar de su edad sigue su tarea con mayor dificultad, porque la inflación ha hecho estragos en todos los sectores de Venezuela, una merienda, un viaje o reparar el autobús puede ser casi imposible, para este hombre.
Los niños siguen aceptando la propuesta de estar en el grupo de teatro, muchos crecen y terminan en la cárcel, asesinados y lesionados en faenas delincuenciales.
Otros, que pertenecían a la calle se han salvado son hombres y mujeres de bien, hasta tienen título universitario y una historia de vida donde El Puentecito es parte de ese pasado.
“Recuerdo una vez que tuve como 18 niños y la mayoría de sus mamás estaban en la cárcel. Cuando salían se los llevaban y les compraban zapatos e iban al Sambil a comer hamburguesas, a ellos eso les gustaba más y no volvían al grupo. Yo los llevaba era al parque, a estudiar y pequeños paseos donde aprendieran algo bueno y motivarlos al trabajo con juegos. Después vi a muchos de ellos como delincuentes entrando y saliendo de la cárcel, pero también otros se han salvado. Hay uno en México haciendo teatro. Jhoan es abogado, otra joven se hizo policía, otro trabaja en el Ministerio de Cultura y así van. Muchos tienen hijos y me llevan sus hijos, porque repiten la historia”.
“Ahora nos invadió el sicariato. Desde Colombia trajeron la escuela y las mismas cárceles son escuelas. Ahora mi barrio se ha calmado mucho y la droga ya está hasta en las mejores urbanizaciones y ese es el peor problema, quien entra en el consumo, difícilmente se devuelve. He visto muchos casos”.
Sabiduría popular
“Dejan los niños a su suerte, no invierten en educación, ni un paseo en familia. Falta mucho amor en las familias».
«El problema de los barrios es que necesitan distracción y oportunidades porque las mujeres venden droga, luego sus hijos hacen lo mismo, porque no ven más nada que hacer. No conocen de más”.
Cuando esas familias desintegradas toman un dinero, lo primero que hacen es llevar al niño a comerse una pizza o para ir a un centro comercial: “Cuando la madre cae presa el niño no aprendió nada, no invirtieron en educación y debe ponerse a hacer lo mismo que su mamá para poder darse el lujo de comerse la pizza o ir para el Sambil”.