La elección de Donald Trump como 45º presidente de los Estados Unidos ha generado una profunda incertidumbre a nivel mundial como consecuencia de las propuestas que formulara durante su campaña electoral y que ratificara, el pasado viernes 20 de enero, durante su toma de posesión presidencial. Una vez más su discurso fue profundamente populista y nacionalista, no dejando dudas sobre los posibles daños colaterales que su gobierno generará, tanto en lo interno como en lo internacional.
Los Estados Unidos, como potencia vencedora de la Segunda Guerra Mundial, fue factor indiscutible en las decisiones adoptadas con relación al nuevo orden mundial liberal occidental que se estableció. Ahora Donald Trump parece destinado a echarlo por tierra, pero al mismo tiempo que lo ataca en la esencia de sus valores liberales, no propone formulas de recambio.
En sus planteamientos ha puesto en duda el sistema de defensa colectiva que representa la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN. Es fundamentalmente contrario al libre comercio y anuncia al respecto un conjunto de medidas proteccionistas donde destacan la renegociación o salida de su país del NAFTA, así como del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, en sus siglas en inglés el TPP, o la subida de aranceles para los vehículos de terceros países. Es contrario a una Europa unida y fuerte y por ello apoya el Brexit, y predice que lo decidido por los ingleses en referendo será seguido por otros países europeos y critica directamente, calificándolo de grave error, la política de apertura de la Canciller Merkel frente a la reciente ola migratoria hacia Europa procedente de África, Medio Oriente y parte de Asia.
Rusia y Putin si encuentran en Trump un nuevo e importante aliado. Aún desconocemos hasta dónde podrán llegar esas posibles alianzas y entendimientos bilaterales con efectos y repercusiones geopolíticas importantes.
Con China la situación es todo lo contrario pues no ha sido bien visto, por parte del gobierno de este país, el acercamiento de Trump a los gobernantes de Taiwán. Además, es casi seguro una posible confrontación entre los dos países por la oposición mostrada por el futuro Secretario de Estado, en su comparecencia ante el Senado, al programa chino de construcción de islas en el mar del Sur de China, cuando indicó que le dirán a los chinos que “no les van a permitir el acceso a esas islas”.
Trump no tiene una política exterior definida frente a la América Latina. No obstante, sus políticas y propuestas en materia de inmigración han tenido ya un efecto negativo sobre México, provocando cambios en el gobierno, la devaluación del peso mejicano y la cancelación de inversiones extranjeras que ya estaban programadas. Todo indica que esta relación bilateral tenderá a degradarse afectando adversamente a México y con consecuencias impensadas, desde el punto de vista geoeconómico y político, en gran parte de la región latinoamericana.
Otro país clave en la relación regional es Cuba. No cabe duda que la política de apertura, distensión y normalización de las relaciones bilaterales emprendida por la Administración Obama se verá seriamente afectada, particularmente por la influencia que importantes senadores republicanos de origen cubano, que no son pocos, tendrán en la formulación y ejecución de la política exterior de la nueva administración norteamericana. Empero, en las relaciones internacionales siempre hay sorpresas y aquí pudiera haber una.
En lo que respecta a Venezuela es poco lo que hay que esperar del nuevo gobierno norteamericano, nuestro país no está entre sus prioridades.
Posiblemente los nuevos responsables del Departamento de Estado prosigan la política de status quo emprendida por Obama y buscada a través del diálogo entre gobierno y oposición. Por ello, pensar en una intervención abierta en defensa de la restauración de la democracia en Venezuela, o de una quimérica intervención tipo Panamá, son elucubraciones de ilusos y neófitos en política. La crisis venezolana solo puede y debe ser resulta por los venezolanos y posiblemente lo será a través de una solución inédita, tal como lo viene advirtiendo desde hace años el veterano político Pompeyo Márquez. Ciertamente el apoyo de la comunidad internacional a la solución que alcancemos los venezolanos es importante, pero este apoyo se debe fundamentar en una denuncia unitaria opositora, de la dictadura que gobierna a Venezuela, de la violación constante de los derechos humanos, de las nefastas políticas públicas puestas en práctica que han sumido al país y a la ciudadanía en la peor crisis política, social y económica que hayamos conocido.
Lo que más preocupa, teniendo en cuenta lo que los Estados Unidos representa en la escena internacional, es el populismo así como el nacionalismo que caracterizan a las propuestas de Trump. Ellas han encontrado suelo fértil en los ultra nacionalistas europeos que ven con su arribo a la presidencia la llegada de una nueva era a nivel mundial. En una reunión celebrada en la ciudad de Coblenza, un día después de la toma de posesión de Trump, los lideres ultra nacionalistas de Francia, Alemania, Holanda e Italia, eufóricos decretaron, por boca de Marine Le Pen, que “asistimos al fin de un mundo y al nacimiento de otro”. Es grave tener conciencia que la señora Le Pen, con toda seguridad, pasará a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales francesas que tendrán lugar el 23 de abril de este año.
Es alarmante el auge del populismo a nivel internacional. Lo encontramos presente en muchos países europeos, en Turquía, en Asia, en Latinoamérica y ahora en los Estados Unidos. Por ello, si bien los líderes son representativos e imprimen carácter al movimiento, preocupa aún mucho más los millones de ciudadanos que apoyan estos movimientos. El Foro Económico Mundial de Davos, que poco o nada se había ocupado de estos asuntos ahora sí lo hace y encuentra que la razón de ser de estos movimientos está en que los gobiernos, especialmente los de los países desarrollados, no escuchan ni se preocupan de las clases medias de sus países; sus políticas están particularmente dirigidas hacia las minorías discriminadas, los más pobres y ahora los inmigrantes y como las clases pudientes no requieren de asistencia alguna, la desigualdad social se hace cada vez más pronunciada en detrimento, principalmente, de las clases medias que son la base y sustento de las sociedades modernas y de la democracia.
Todo lo anterior nos hace vislumbrar unos años bastante turbulentos en las relaciones internacionales, y con toda seguridad serán años de cambios en el orden internacional, posiblemente profundos y con toda seguridad no positivos. En este contexto la región latinoamericana sufrirá los daños colaterales que estos cambios provocarán en los grandes equilibrios mundiales.