Son dos acciones completamente distintas. Aislar fue lo que se hizo con Cuba, permitiendo que los sátrapas hermanos Castro mantuvieran un pueblo esclavizado y oprimido durante casi 60 años, bajo un régimen que cercena las libertades y viola los derechos humanos.
El aislamiento simplemente permitió que las condiciones infrahumanas a las que ha estado condenado el pueblo cubano se eternicen, permitiendo que los cambios generacionales terminen por conducir a un colectivo de seres humanos a aceptar como normal una situación absolutamente intolerable. Esa estrategia fracasó.
Acorralar tiene otras connotaciones. Es una acción ofensiva ante una situación irregular, que es necesario concluir o reconducir. Esto es lo que está ocurriendo entre la Comunidad Internacional y Venezuela.
Ya tenemos la dura y amarga experiencia cubana y no podemos permitir que por una política de aislamiento internacional nuestro país sea dejado en manos del chavismo. Lo de Venezuela tiene que ser resuelto por la vía de los hechos, fundados en el derecho. Pero cuando lleguemos hasta donde llega el derecho, no quedará otra alternativa que las vías de hecho.
Dentro del concierto internacional, para nadie es un secreto que el régimen secuestró a las instituciones de la sociedad venezolana, y en menos de 20 años ha logrado lo que nunca antes se había conocido, que es llevar a un país petrolero, colocado dentro de los 5 mayores productores del mundo, a ser lo que es hoy, un estado fallido, donde la miseria, la pobreza, falta de alimentos, medicinas, inseguridad jurídica y personal, y la violación de los más elementales derechos y libertades lo han convertido en una calamidad. Y esto no puede continuar.
La estrategia pasa primero, por acorralar a los dirigentes de este proceso, primero internacionalmente, y allí es donde están jugando un gran papel líderes y gobiernos de la comunidad internacional, como Donald Trump, Presidente de los EE.UU; el gobierno de Canadá; gobiernos de los 28 países soberanos que integran la Unión Europea; los jefes de 13 países latinoamericanos que actúan bajo la coordinación de Pablo Kuczynski, el presidente del Perú; el Secretario General de la OEA, Luis Almagro; el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos Zeid Raad Al Hussein; y todo hay que decirlo, los líderes del exilio venezolano, que desde hace años vienen trabajando a favor del rescate de la libertad y la democracia venezolana.
Nunca antes en la historia de las relaciones internacionales, había ocurrido algo parecido. Sólo la revolución de las telecomunicaciones ha permitido semejante consenso y el logro de una acción sancionadora como la que estamos viendo. Pero esto no basta.
Una vez que las sanciones internacionales hayan cumplido su efecto, tendrá que ponerse en marcha la segunda parte de esta estrategia, que no es otra que acorralar a los líderes del régimen dentro de Venezuela, que no puedan salir de su casa ni de sus cuarteles, y para ello tenemos que prepararnos. Sólo así podremos enfrentar el asalto final, que consistirá en detenerlos y ponerlos a las órdenes de la justicia internacional. Es probable que esta acción también esté presente en la hoja de ruta de la comunidad internacional.
Luego vendrá la reconstrucción de la patria, de sus instituciones, de su democracia y de su sistema de libertades. Sólo una vez que hayamos salido del problema, es cuando tendrá sentido el debate político de la pluralidad de ideas de quienes aspiran detentar el poder.
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